Autora: Laura González
Fotografía: Siente e Imagina films-SIfilms
Hace un año tuve un sueño. Uno de esos sueños que no sabes si es sueño o es real de lo mucho que lo anhelas. Más que un sueño fue una premonición. Algo dentro de mí me decía que ese era mi año, que me tocaría la lotería. Parece una tontería, pero ese sueño, esa premonición se hizo realidad: El 22 de diciembre de 2017, ¡¡me tocó el premio gordo!! ¡¡¡Exactamente de gordo 3 kilos y medio!!! Ese día, mi vida dio un giro de 180 grados. Tanto me lo decían y yo tan escéptica a esas palabras…¡qué necia! Porque vaya si cambió…
Y es que antes de que sacaran el número premiado de la Lotería Nacional, yo ya tenía mi premio conmigo, desde recién estrenado el día. Y es que ese día, pasé de ser hija, nieta, hermana, ¡¡… a ser mamá!! Y mi mundo entero cambió.
Su mirada y la mía se cruzaron por primera vez y surgió el amor. Un amor tan inmenso como el universo, tan inexplicable, tan mágico. Sentí su piel contra la mía y un escalofrío de felicidad recorrió mi cuerpo entero. No importaba nada, sólo contábamos él, su papá y yo. No importó el corte en mi intimidad, ni la aguja que lo estaba cerrando, aun cuando la sentía atravesar mi piel. No importaban las demás personas allí presentes. Sólo los tres. Era nuestro momento. El suyo. El mío. Nuestro. Único.
Poco dormí esa noche, ese día. Tenía tantos deseos de tenerlo abrazado a mí hasta que el mundo se acabase. Tan pequeño, tan frágil y con un corazón latiendo a mil por hora, aprendiendo a vivir en un medio tan distinto al vientre materno. Y en ese instante, algo se despertó en mí. No sabría explicar lo que fue, no sé si instinto, no sé si ternura, pero sólo quería estar con él, protegerlo por siempre.
En un momento cambié fiestas de sábado noche por juergas con un simple juguete hecho de trapo. Cambié enfados banales por llantos incontrolados sin saber un motivo. El miedo a cosas terrenales por el pánico de no saber dar lo mejor de mí, el terror a que algo malo le pueda pasar. Cambié sueños, formas de pensar, formas de actuar. Cambié horarios, hábitos y ritmos individuales de vida. Cambió todo. Inevitablemente, sin darme cuenta. De repente, todo gira a su alrededor. Aunque me resista. Aunque trate de buscar un rato para mis cosas, para tener un tiempo para mí, para saber que aún queda algo de mi vida antes de él. No. De momento, no. Todo es a su ritmo.
Momentos incómodos, llantos, la imperante necesidad de tenerme a su lado las veinticuatro horas del día, los desvelos a las tantas de la madrugada, las prisas, el nuevo equipaje diario, mi sentimiento de soledad, de incertidumbre, todo, absolutamente todo eso se borra con una de sus sonrisas, con el gesto de quererme abrazar, de las miradas cómplices entre él y yo, con la ternura con la que le mira su padre. Y es que es inevitable que nuestro universo no gire en torno a él.
Sí, he cambiado tantas y tantas cosas de mi vida de antes. Ya nada volverá a ser igual, por mucho que nos empeñemos. Quizás, en unos meses, en unos años, recupere trocitos de mi vida de antes, pero sé que él me da fuerzas para ser mejor, para querer lo mejor, para buscar lo mejor. Sólo puedo decir que nunca imaginé que un ser tan pequeño podría traer tantas cosas tan grandes…
¡¡¡Y que ya nada podrá quítame este amor tan inmenso que siento dentro de mí!!!