¿Se puede tener resaca de teatro? Se puede. También se puede mezclar con resaca de otras cosas, sobre todo si tenemos en cuenta que el fin de semana que termina la MIT en Ribadavia siempre coincide con las fiestas en San Cristovo, MÍTicas, y de paso me marco un chiste (todavía recuerdo el año que renuncié antisocialmente a ir con mis amigos a la orquesta para quedarme a ver la obra de las 11 de la noche de ese día… Acabé bailando ritmos latinos de todas maneras… Paradojas de la vida). Sí, el teatro me ha dado muchas ocasiones de paradojas, tal vez porque las paradojas también podrían ser una especie de señal del destino desde el inconsciente, o algo menos pedante que no sabría explicar.
Mi experiencia mínima con el teatro ya me ha dado la oportunidad de estar a ambos lados de la cámara, o de la bambalina para este caso. Llevo trabajando como voluntaria en la MIT desde que tengo uso de razón, y es que la organización tiene la costumbre de captarnos desde bien jóvenes (o es que los jóvenes tenemos la costumbre de ser captados más fácilmente para lo que sea), amén de tener cierta experiencia en ser captada o en estar del lado que “no se ve” (remordimientos emo aparte). Este año me tocó trabajar de camarera. Otra paradoja de la juventud y de la vida. Así que no me fue posible acudir a ninguna obra (salvo a la de unos amigos de MATARILE a los que les hice el “favor”). Trabajar en el sector de la hostelería es muy duro, pero eso no evitó tampoco que se diera la paradoja de que también fue mi primera vez como actriz aficionada, actuando ante cientos de personas justamente en el preestreno de la MIT. Ahí veis más claro a lo que me refiero cuando hablo de estar a un lado y al otro de la 4ª pared, muro no del todo fácil de romper (aunque algunos lo intentan, como mis queridos MATARILE J). Pero sí, hablemos de la cuarta pared, esa pantalla invisible pero que distancia tanto la vida del trabajador que descansa un día a la semana de la vida del artista que persigue sus sueños. Los dos intentan sobrevivir, pero de maneras diferentes. Tal vez de ahí el hecho que la del farandulero sea una profesión tan incomprendida (porque es una PROFESIÓN, tenedlo en cuenta). En este sentido, Ribadavia se convierte durante esos días en una especie de 4ª pared, con cientos de personas “trabajadoras” yendo al teatro una única vez al año con la esperanza de que ese día haya merecido la pena cambiar el Sálvame o la película de Los Vengadores que echaban en Telecinco por una experiencia más culturalizadora (culturalizadora? Ni siquiera sé si esa palabra existe). La 4ª pared sufre la tensión de los golpes cada día que dura la Mostra y llega a resquebrajarse, hasta que podemos vislumbrar algo de luz entre las grietas, algo de verdad, algo de iluminación (gran concepto el de la iluminación, sobre todo en el teatro). Hay mucha intensidad en estos días de calor; la villa de inviernos esteparios se convierte en un burbujeante hormiguero de vida y hermoso conflicto, y luego…
Luego desaparece. Los críticos sin identificación (que son los más mordaces y a los que más hay que escuchar) vuelven a encerrarse en sus casas, pero son los que más ganas tienen de que llegue el año siguiente para volver a tener una excusa para dejar de ver la basura que le ofrecen por televisión; y los que iban solo a reírse pero acabaron llorando también están contentos. ¡Todos están muy contentos! Menos yo. La rueda del carro sigue girando, y las compañías se van a otros teatros, a seguir ganándose la vida. Pero yo, que soy una “no sabe qué hacer con su vida” me quedo huérfana, sin poder volver a la tele, sin poder volver a rodar. Esto es porque la 4ª pared no ha terminado de romperse. Y tal vez nunca deba hacerlo. Dicen que un director ha de saber actuar, aunque sea mal, para poder dirigir bien. Uno tiene que comprender cómo se hace aquello que exige hacer a los demás. Así debería ser, y no solo en el teatro. Tal vez mi función sea transitar ese muro todos los días para traer los tesoros que se encuentran escondidos a ambos lados a unos y a otros como si se tratara de un mensaje en una botella, luchando contra las dificultades de la comunicación como si se tratara de una marea bravía. Porque tal vez si la pared se rompiera del todo, la magia desaparecería, las verdades todas quedarían a la vista, ya nadie lloraría ni se reiría, ¿verdad? Y la profesión del artista como tal desaparecería porque ya no sería necesaria. Al fin y al cabo, ¿de dónde viene la necesidad de acercarnos si no del conflicto? (conflicto, otro bonito concepto inseparable del teatro).
De todas formas, si algo me ha enseñado todo esto, tanto el teatro como la vida, es que nos queremos. Nos queremos mucho. Love everywhere. Queremos crear vías para la comunicación, y para eso es necesario no permanecer tras las cámaras por siempre, ni tampoco ser un espectador toda tu vida. Hay que mostrarse, porque mostrarse es vivir. Todos rompemos la 4ª pared cuando nos convertimos en críticos, en actores, en escritores, en directores y en trabajadores espontáneos. Porque la 4ª pared tal vez no sea solo invisible sino también inexistente en realidad.
Vive y Móstrate!
Nuria Sánchez